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“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Tim. 3:16).
La Biblia cuenta una larga historia acerca de Dios y su pueblo. A veces se la considera una historia de amor que terminó mal, al menos temporalmente. O puede verse como una historia de un padre y sus hijos
rebeldes, que al final entran en razón.
Pero, para los propósitos de la lección de esta semana, descubriremos otra temática en la historia bíblica, a saber, la de un maestro y sus alumnos. Ellos siguen desaprobando sus exámenes, pero él les explica pacientemente sus lecciones vez tras vez, hasta que, por fin, algunos aprenden.
La historia bíblica no difiere mucho de nuestras propias historias humanas que conocemos tan bien, con una excepción: la historia de Dios y su pueblo tiene garantizado un final feliz; logra su objetivo. La gracia divina hacia su pueblo asegura ese resultado. La responsabilidad humana en esta relación a menudo ha sido malinterpretada, e incluso temida, por muchos que la han considerado onerosa. Pero, de hecho, la historia de la Biblia es esencialmente una invitación a conocer a Dios y comprender su voluntad. Por cierto, aprender a conocer a Dios es nuestra principal respuesta a su gracia. No podemos ganar esa gracia, pero podemos aprenderla; y ¿qué es la educación cristiana, si no la educación que nos enseña acerca de esta gracia?